Las imágenes de Florian Glaubitz -a veces iluminadas, a veces tras un cristal, recortadas, planas y bulbosas- nos llevan a plantear cuestiones en torno a la siempre presente interrelación entre cuerpo, material y producto. No tanto a través de las palabras, sino de un lenguaje de la imagen desarrollado a lo largo de los años, habla del deseo, exige implacablemente la belleza e intenta aferrarse a estados temporales del ser en los que todo parece posible.
Los retratos, paisajes y bodegones funcionan, que componen este fotolibro, como matriz de ideas y reflejan un inexorable avance hacia interpretaciones contemporáneas de la vida, alejadas de las formas de sociedad y producción dominantes, aceleradas, superficiales y neoliberales.
En una multitud de temas y motivos paralelos, Florian Glaubitz recopila materiales e instancias para crear su propio mundo y estructurar su día a día. El viaje casi terapéutico hacia nuevas imágenes es lo que da ritmo, estructura y regularidad, pero que en el fondo es informe y nunca lineal.